Las mujeres no solo sufrimos la violencia, también la ejercemos. Pero no contra los hombres: nuestra violencia solo va dirigida contra otras mujeres y contra nosotras mismas.
Nosotras no matamos a los hombres, pese a que cada diez minutos una de nosotras es asesinada por el marido o el ex marido. Nosotras no nos vengamos ni pagamos con la misma moneda, y cuando una mujer muere asesinada nuestra reacción no es salir a matar hombres, sino salir a las calles a pedir pacíficamente a los hombres que por favor dejen de matarnos.
¿Por qué? Porque el feminismo es un movimiento que lucha contra la violencia. Es un movimiento pacifista.
Las mujeres feministas nos trabajamos los patriarcados que nos habitan, estamos muy comprometidas en la lucha contra el abuso y la explotación, y en erradicar tanto la violencia que sufrimos como la que ejercemos.
Pero somos minoría.
Las mujeres feministas somos minoría.
La mayoría de las mujeres del mundo viven en guerra contra otras mujeres y contra sí mismas.
Nunca contra los hombres.
¿Qué tipos de violencia ejercemos? Explotación laboral, doméstica y reproductiva, violencia psicológica y emocional, y ciberviolencia.
¿Quienes son las mujeres que más explotación y violencia sufren? Las mujeres más pobres del planeta. Ellas no solo tienen que soportar la violencia de los hombres, también la de las mujeres que están por encima de ellas en la jerarquía patriarcal.
Por ejemplo, las mujeres empresarias que explotan a sus trabajadoras,
Las mujeres ricas que explotan a mujeres de alquiler para comprarles sus bebés,
mujeres que maltratan a sus empleadas domésticas, niñeras y cuidadoras,
mujeres que maltratan a sus hijas y a sus nueras,
jefas que ejercen violencia contra sus empleadas,
Y compañeras de trabajo.
Mujeres en el poder
También hay muchas mujeres malvadas en el poder político y económico que hacen daño a miles o millones de personas, y aprovechan su puesto para atentar contra el patrimonio colectivo y los derechos humanos fundamentales de la población.
Son esas mujeres que lo primero que hacen al llegar al poder es destruir la Sanidad pública y la Educación. Gastan nuestro dinero en enriquecer a la elite mundial (señores de la industria militar, farmacéutica, etc) y recortan en derechos sabiendo que a quien más afecta esta violencia contra la población es a las mujeres y las niñas.
Son poquísimas las que han llegado al poder pensando en el Bien Común, y en mejorar la sociedad en la que viven: podemos contarlas una a una, porque la gran mayoría buscan el beneficio propio y se dedican a imitar a los hombres: reparten dinero y puestos de poder entre sus amigos y amigas, y gobiernan para las élites de su país y las mundiales.
La mayorías de las mujeres poderosas han interiorizado la misoginia y carecen de la más mínima pizca de agradecimiento por las que lucharon para que ellas pudieran estudiar y trabajar. Tampoco sienten ni una pizca de solidaridad con las de su mismo sexo. Muchas padecen el síndrome de la abeja reina, que consiste en creer que una no es como las demás mujeres, y que si ellas están en el poder "es porque ellas lo valen", es decir, porque son “especiales”. Batallan por el poder igual que los hombres y lo ejercen para su propio beneficio, no en pro del Bien Común.
Algunas son de derechas y otras son progres, pero todas son aliadas del patriarcado porque se benefician de su posición y porque no han llegado al poder para cambiar nada.
Sin embargo, estas mujeres patriarcales con poder son una minoría.
La gran mayoría de las mujeres ejercemos violencia solo en el entorno más cercano. Vivimos en guerra contra las madres, las hijas, las suegras, las hermanas, las compañeras de trabajo y contra nosotras mismas.
Algunas mujeres maltratan a sus compañeros, pero generalmente a quien peor tratamos es a nosotras mismas, y a otras mujeres.
El patriarcado nos necesita aisladas, divididas, enfrentadas y entretenidas en guerras. Nos enseñan desde pequeñas a compararnos y a rivalizar entre nosotras. Nos enseñan a competir, a construir enemigas y a volcar toda nuestra violencia contra nosotras mismas y entre nosotras.
Una de las relaciones más violentas entre mujeres son las relaciones suegra-nuera. Cuando dos mujeres batallan por ejercer su dominio en el corazón de un hombre, puede empezar una guerra que a veces dura toda la vida. Son guerras muy dolorosas para ambas, pero también para el resto de la familia, que se ve obligada a posicionarse en un bando o en otro. Al hombre en cuestión le ponen entre la espada y la pared para que elija a una de ellas y se aleje de la otra. Algunos sufren, pero la gran mayoría se beneficia de esta competición entre mujeres.
¿Por qué esta guerra entre mujeres? Hay hombres que no adquieren jamás autonomía y no se convierten nunca en adultos: pasen de la tutela de la madre a la de la esposa sin experimentar nunca la responsabilidad sobre su propia vida, y sin tener que cuidarse a sí mismos. Esto es porque siempre tienen una mujer que se encarga de cuidarlos. Son hombres que solo salen de casa para casarse.
Algunos de ellos no han roto el cordón umbilical, y algunas de ellas creen que sus hijos son de su propiedad, y que son el príncipe azul con el que soñaron de pequeñas. No tienen muy claro si son madres o esposas, por eso odian a cualquier mujer que se le acerque porque sienten su poder amenazado.
También hay nueras que tienen un problema muy grande: creen que ellas tienen que sustituir a la mujer que ha reinado sobre la vida de su marido, destronarla y convertirse en una madre-esposa. La característica que comparten todas ellas es que intentan aislar a sus maridos de sus redes afectivas, tanto familiares como sociales.
Para comprender esta relación es fundamental entender que esto es una estructura. No es algo que le pasa solo a mujeres inseguras y con autoestima baja: sucede en todos los rincones del planeta, porque es una estructura de poder.
Cualquier mujer puede sufrir malos tratos de su suegra, y convertirse a su vez en una suegra maltratadora.
Aunque muchas mujeres con conciencia feminista lo que hacen es ser las suegras que habrían querido tener. Cuando las relaciones entre mujeres son buenas, el patriarcado se desmorona.
Otras relaciones jerárquicas entre mujeres son la de jefa y empleada, doctora y paciente, policía y ciudadana… la gran mayoría de las mujeres se relacionan desde estas estructuras patriarcales en las que siempre (o casi siempre) las que más rango tienen y las más ricas son las que juegan con ventaja.
Mujeres que odian a mujeres feministas
Las mujeres aprendemos a odiar a las demás mujeres y a nosotras mismas desde que somos pequeñas. Por eso muchas mujeres odian el feminismo, atacan a las mujeres feministas, y aplauden a los hombres misóginos.
Les es mucho más fácil empatizar con hombres que se victimizan, que con las victimas de esos hombres. Nos han educado para defender y proteger a los hombres, y para anteponer sus sentimientos, deseos y necesidades a las nuestras.
Las mujeres estamos siempre más dispuestas a escuchar a los hombres como expertos. Les escuchamos con más respeto y más atención. Su palabra tiene mayor credibilidad. Por eso hay mujeres que creen que las culpables de que exista el patriarcado somos nosotras mismas: nos han convencido de que nosotras somos mucho más machistas y violentas que los hombres, que transmitimos el machismo a nuestras hijas e hijos, y que por lo tanto es un problema que tenemos que resolver nosotras.
Además de las relaciones interpersonales, las mujeres formamos grupos de afinidad y luchamos entre nosotras por diferencias ideológicas, por los recursos y por el poder. Y en estas luchas, salimos perdiendo todas. Los hombres se aprovechan de la guerra entre mujeres: divididas y aisladas somos más vulnerables.
Esto es lo que ha ocurrido dentro del feminismo: los hombres han entrado a saco en el movimiento con la pretensión de redefinirlo y resignificarlo. A estos hombres les ofende profundamente que usemos la palabra “mujer” y nos denominan “seres menstruantes” o “personas gestantes”
Afirman que las mujeres somos privilegiadas opresoras y que ellos son los oprimidos. La colonización del movimiento ha llegado a tal punto que ahora el enemigo principal de este grupo dominante son las mujeres feministas.
Las aliadas de los colonizadores no ponen la energía en luchar contra los proxenetas, puteros, pederastas, violadores, maltratadores y femicidas: el prinicipal enemigo para ellas son las mujeres feministas.
En redes sociales se ve claramente: muchas mujeres apoyan la violencia masculina, los discursos antifeministas, y los ataques a mujeres desobedientes.
Los linchamientos provienen tanto de los hombres hegemónicos como de los hombres diversos, tanto de la izquierda como de la derecha: el odio y la violencia contra las mujeres feministas es cada vez intensa.
Los machos anti feministas no tendrían tanto impacto sin la colaboración de las aliadas que se unen a los linchamientos públicos para destruir a otras mujeres. Ellas señalan a las feminazis y las terfas, y ellos se encargan de amenazarlas de muerte.
La cancelación es una de las armas más letales del patriarcado, porque sirve no solo para destruir a una mujer, sino también para silenciar a las demás.
Cuando se castiga a una mujer que tiene relevancia pública, es una forma de amenazar a las demás: “si eres cancelada te quedarás sin trabajo, y desaparecerás como si hubieras muerto”
Es un método muy eficaz para generar miedo, para que la censura se convierta en autocensura, y también para que muchas mujeres opten por salir voluntariamente de las redes sociales.
Los hombres solo aceptan a las mujeres sumisas y a las colaboradoras: todas las demás son consideradas "rebeldes", y la forma más fácil de aniquilarlas es acusarlas de ser odiantes.
Imitan la estrategia de Israel, que acusa de discurso de odio antisemita a cualquiera que se atreva a criticar su proceso de colonización y a cancelar a todos los que piden el fin del Genocidio contra el pueblo palestino.
Los hombres alimentan la enemistad entre mujeres porque les conviene, y a los algoritmos también les viene muy bien. Para enganchar a la gente a los linchamientos, se crea un enemigo común, como sucedió durante la caza de brujas. Nos llaman nazis, nos llaman terfas, y se hacen camisetas con mensajes que invitan a matarnos. Cuando protestamos, nos dicen que era broma y que no tenemos sentido del humor.
Las mujeres feministas somos el enemigo número uno de los influencers de la fachosfera y de los woke más reaccionarios.
Ya lo dijo Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos” Los varones misóginos no tendrían tanta fuerza si no contasen con las aliadas que les aplauden y se unen a los ataques contra las “enemigas”
Las mujeres patriarcales siempre se solidarizan con los varones y tienden a protegerlos, y además no se fían de ninguna mujer: no son conscientes de su misoginia interiorizada, pero ese odio está ahí, y se mezcla con su rol de cuidadora y protectora.
Las mujeres que colaboran con el patriarcado y participan en las cancelaciones creen que nunca les va a tocar a ellas.
En las guerras entre mujeres los únicos ganadores son los hombres, que se divierten mucho viendo cómo las mujeres se cancelan unas a otras, y comprobando cómo van abandonando las redes una a una.
Lo que hacen es premiar a las que contribuyen a la caza de brujas. Les dan visibilidad en los medios de comunicación y puestos en el partido y en el Gobierno. Y castigan a todas las mujeres que no se ponen de rodillas.
Y sin embargo, las mujeres feministas nunca amenazamos de muerte ni llevamos camisetas haciendo apología de la violencia, y es porque las feministas somos pacifistas. Ponemos la energía en resistir a los ataques, en apoyarnos entre nosotras y en defender nuestro derecho al pensamiento crítico.
¿Cómo dejar de guerrear contra nosotras y entre nosotras?
Basta con tomar conciencia de esa misoginia interiorizada, y poner en práctica la sororidad (la solidaridad y el compañerismo entre mujeres), un término acuñado por Marcela Lagarde que a muchas de nosotras nos ha ayudado a comprender que si a los hombres les va tan bien es gracias a la hermandad que construyen entre ellos. Los hombres se apoyan aunque no se conozcan de nada, solo porque son hombres.
La sororidad no nos convierte en amigas a todas: simplemente se trata de no colaborar con el patriarcado y en lugar de competir y guerrear, apoyarnos mutuamente frente al abuso, la opresión y la violencia machista.
Las mujeres sabemos muy bien que solas y aisladas no podemos sobrevivir en un mundo tan cruel, y que nos necesitamos las unas a las otras para defender nuestra libertad y nuestros derechos.
Por eso es tan importante que las nuevas generaciones nos vean haciendo autocrítica amorosa, trabajando la misoginia que llevamos dentro, y vean cómo trabajamos para liberarnos del patriarcado.
Si nos ven a nosotras practicando el autocuidado y el apoyo mutuo, y creando comunidad entre mujeres, ellas podrán convivir en paz, apoyarse mutuamente y trabajar juntas para construir un mundo mejor.
Coral Herrera Gómez
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